domingo, 10 de abril de 2011

canto epico

Canto épico. Es la narración poética de un determinado suceso notable y heroico, que reviste interés para un pueblo o nación. Por sus reducidas proporciones y corto aliento se ha llamado al canto épico epopeya fragmentaria o en miniatura. Anotaremos dos ejemplos: Las naves de Cortés destruidas, del poeta español Nicolás Fernández de Moratín, y la Victoria de Junín, canto épico dedicado a Bolívar por su contemporáneo el poeta ecuatoriano José Joaquín Olmedo.
ej:
Nueva Poesía Épica
Hugo Montes
Hasta ahora hemos diferenciado la posición de algunos poetas chilenos y españoles dentro del género lírico e indicado con qué valores contribuyen aquéllos al florecimiento actual de las letras castellanas.  Es necesario, si se quiere completar el estudio de esta contribución, referirse al aporte inesperado de una rica poesía épica.  Desde el comienzo de su historia, Chile aparece asociado literariamente a las creaciones épicas. La Araucana, de Alonso de Ercilla, y Arauco Domado, de Pedro de Oña, lo confirman.  En una época en que el género parecía absolutamente desterrado de las letras occidentales, cuando Boiardo y Ariosto habían transformado al mayor héroe épico medieval en sujeto de aventuras sentimentales y puramente fantásticas, con no pocos ribetes ridículos, la literatura castellana osaba ofrecer poemas en serio, con auténticos ideales guerreros y religiosos, con combates mortales, con severas disquisiciones morales a la manera de la épica tradicional; Chile era la nación que acunaba tal osadía.  Y no por mera casualidad, sino por un hecho histórico singular: la enconada resistencia opuesta a los conquistadores españoles por el pueblo de Arauco.  Esta lucha vino a reproducir situaciones heroicas que se habían dado precisamente en los tiempos medievales, cuando nació el Poema de mío Cid.  En pleno Renacimiento, un grupo de soldados europeos -entre los que había uno especialmente dotado por las Musas- tenía ocasión para prolongar las luchas de cruz y espada de que daban cuenta las epopeyas medievales.  Éstas habían sido, según la expresión de Menéndez Pidal, veristas, es decir, se apegaban a la verdad histórica, de la que querían ser leales sirvientes.  Igual ocurrió con las obras de Ercilla y Oña.  Aquél, sin duda más importante, conocía bien el Orlando Furioso, en cuyas octavas reales se inspira a menudo; pero desde un comienzo señala su independencia radical del modelo italiano indicando que no va a cantar las damas ni los caballeros, sino los hechos de armas.  Si Ariosto había escrito al comienzo de su poema

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